Llegamos con bien a nuestro destino a pesar de las inclemencias del tiempo. Era un viento que podía tumbar hasta al más fuerte, a medida que incrementaba la intensidad del viento surcar su camino, nosotros sentíamos un frio que calaba hasta los huesos. Llego el momento en el que ya no sentíamos nuestras manos y piernas, los labios se encontraron secos y calados, la cara pálida como la leche bronca.
La obscuridad de la noche fue llegando poco a poco, solo se podía ver a la Luna iluminando la maleza de aquel inmenso bosque de encinos y pinos. Las estrellas brillaban por su ausencia, simplemente no se podían ver en aquel cielo lleno de nubes grisáceas.
El tiempo paso lentamente, ya pasaban de las 23 hrs cuando la neblina cubrió nuestro camino, impidiendo nuestra visión. Las lámparas de las bicicletas, solo dejaban ver un pequeño destello de luz blanca. Rodar por aquel camino de tipo rural, tan obscuro, frio y solitario, fue un poco complicado.
Valió la pena la ruta, fue un viaje excepcional, lleno de rutas de gran nivel técnico y destreza física. Todo el tiempo fue extremadamente frio y de un miedo inminente. Ni el terreno, ni viento y ni el frio pudo detenernos.
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