Transcurrió el verano, después el otoño, y vino el invierno. Ni el señor Blanco ni su hija habían vuelto a poner los pies en Luxemburgo. Marius no tenía mas que un pensamiento: volver a ver aquel dulce y adorable rostro. Lo buscaba sin cesar, y por todas partes; pero no hallaba nada.
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