Era Cosette que sollozaba.
Lloraba desde hacía dos horas al lado de Marius, que meditaba.
Marius se acercó a ella, cayó de rodillas, y prosternándose lentamente cogió la punta del pie que aparecía bajo su vestido, y lo besó.
Ella le dejó hacer en silencio. Hay momentos en que la mujer acepta como una diosa sombría y resignada, la religión del amor.
-No llores- dijo él.
Ella murmuró:
-¡Qué he de hacer, si voy a marcharme y no puedes venir!
Y él respondió:
-¿Me amas?
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