Después de caminar en la montaña, dos almas inquietas, se hallaban absortas, admirando el espectáculo del ocaso. Aurora, con la mirada perdida entre los tonos dorados del crepúsculo, rompió el silencio con un suspiro cargado de interrogantes: "Joaquín, ¿alguna vez te has detenido a meditar sobre la esencia del amor verdadero?"
Joaquín, con la mirada fija en el horizonte, respondió con voz serena: "Recuerdo las palabras que compartimos en la biblioteca hoy. Hablaban del amor como fuente de dicha auténtica. ¿Lo recuerdas?"
Aurora asintió, evocando las líneas que habían despertado sus reflexiones. "Sí, aquellas palabras decían que el amor trasciende el yo, que es un lazo generoso que nos conecta con lo divino."
Joaquín asintió con complicidad. "Así es. El amor, a mi parecer, es esa fuerza misteriosa que nos impulsa a ser mejores, a desafiar nuestras limitaciones en búsqueda de la plenitud y la eterna comunión con los demás."
Una sonrisa iluminó el rostro de Aurora, sintiendo cómo esas palabras resonaban en su ser más íntimo. "Entonces, ¿piensas que el amor nos colma de alegría y nos inspira a ser compasivos y desprendidos?"
Con convicción, Joaquín afirmó: "Sí, Aurora. El amor es el motor que guía nuestros pasos, que nos insta a trascender el egoísmo y hallar la felicidad en el vínculo con lo etéreo."
El silencio se apoderó del lugar, solo roto por el murmullo de las hojas mecidas por la brisa. Y mientras el sol se despedía en el horizonte, Aurora y Joaquín comprendieron que, aunque el amor pueda ser un enigma insondable, era esa fuerza invisible la que los mantenía unidos y los guiaba hacia la auténtica dicha.
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